“EL PUEBLO DE LOS CURAS”
¿Qué campillano, al ser preguntado por su lugar de origen y responder “Campillo de Dueñas”, no ha oído lo siguiente: “¡Ah! El pueblo de los curas?”
Hay que reconocer que este sambenito, unido desde hace muchos años al nombre de nuestro pueblo fue justamente ganado. Es difícil encontrar otro pueblecito del tamaño de Campillo del que hayan salido tantos frailes, monjas y sobre todo sacerdotes, algunos de los cuales alcanzarían puestos de relevancia en la Iglesia Católica.
Esta medalla, de la que no hay por qué renegar, ha supuesto para la mayoría de los campillanos -en el modesto entender del autor- muchos beneficios, pero también alguna que otra molestia. Éstas últimas han sido mayores para los no demasiado religiosos. ¿Cuántas veces hemos tenido que aguantar las mofas de algunos vecinos de nuestra comarca, e incluso de más lejos, que haciendo gala de su ignorancia, confundían la parte con el todo y te llamaban beato o curilla?. Cómo fastidiaba, siendo niño, madrugar en las mañanas de las vacaciones de verano para ayudar en Misa a algún sacerdote de la familia -en casi todas había uno-, y más si era un poco tacaño y no daba propina después. Recuerdo que en las parejas de monaguillos que ayudaban “oficialmente” al párroco había uno mayor y otro pequeño o aprendiz; el mayor cobraba un duro por semana y el menor la mitad. Qué decir del esfuerzo de muchas campillanas -para algunas no fue tanto- que tuvieron que permanecer solteras para acompañar como caseras a un hermano, un primo o un tío cura.
Comparadas con ésta, otras “molestias” como tener el bar cerrado durante los oficios religiosos y otras parecidas son auténticas nimiedades.
Pero sin ocultarlas y sin nombrar alguna molestia más, creo, como ya mencioné más arriba, que el haber sido Campillo cuna de gran número de sacerdotes ha sido realmente beneficioso para los campillanos y las campillanas.
Si tenemos en cuenta el tamaño, la ubicación, el número de habitantes, el nivel económico, el aislamiento, la falta de recursos, y otras circunstancias que concurren en Campillo, y las comparamos con las de otros pueblos similares, observaremos que el número de licenciados y diplomados universitarios en las más variadas disciplinas es superior en Campillo, incluso comparándolo con pueblos mayores. ¿Acaso los campillanos somos más inteligentes que los naturales de otros pueblos?. Obviamente no es así. La respuesta hay que buscarla en nuestro sambenito: el pueblo de los curas.
En los años del franquismo la enseñanza primaria en nuestro país era gratuita para todos, pero después de la obtención del Certificado de Estudios primarios en la Escuela del Pueblo, seguir estudiando en niveles superiores era caro, sobre todo para las familias del medio rural, y estaba reservado para jóvenes de familia pudiente. La única alternativa que quedaba para jóvenes de pueblo que quisieran continuar estudiando eran los seminarios o los colegios religiosos.
Fueron los sacerdotes campillanos, bien situados en ciudades grandes como Madrid o pequeñas como Sigüenza, los que animaron a familiares y amigos para que “sacasen” a sus hijos a estudiar en colegios o seminarios en los que ellos podían conseguirles plaza con facilidad. Muy pocas personas de las que actualmente viven en Campillo no han estudiado en colegios religiosos después de sus años de escuela. De todas estas personas, algunas dejaron los estudios al poco tiempo y volvieron al pueblo por diferentes motivos, y el resto siguió estudiando, tomando los hábitos en algunos casos o terminando sus estudios en el seminario y utilizándolo como plataforma de acceso a la Universidad. Podemos aventurar que la mayoría de los licenciados campillanos de más cuarenta años ha salido de los seminarios.
La tradición eclesial que tuvo nuestro pueblo trajo consigo una tradición cultural que todavía pervive. Como alguno estará pensando, no hay mal que por bien no venga.
Félix Herranz Herranz