Maria Delgado - Campillo de Dueñas

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Hola campillanos:
En primer lugar voy a presentarme. Algunos me conoceréis y otros tendréis que consultar con vuestros mayores para saber quien soy. Me llamo María Delgado Calvo y nací en Campillo allá por el año 1948 cuando mis padres Mariano y Natividad ejercían de maestros en nuestro pueblo.
Vuelvo al mismo con cierta frecuencia a refrescar mis raíces. Procuro contactar con las personas más allegadas para mantenerme informada de los acontecimientos campillanos. Hace unos días mis hermanos Javier y Jesús, que ya han enviado algún escrito, me comentaron la existencia de este foro. Magnífico medio para relacionarnos y compartir recuerdos, que voy a aprovechar, procurando no cansaros.
Ahí van algunos de mis recuerdos de infancia:   “El capítulo” y “La confesión del huevo”
El capítulo
 

 
Durante la cuaresma se intensificaban  más, si ello era posible, los actos religiosos y los niños participábamos efusivamente en los mismos. El capítulo consistía en el canto del catecismo en sus distintos apartados (capítulos) después de cenar, en la iglesia. A tal efecto dos niños subíamos a los dos grandes bancos “de la  justicia” para ser vistos y oídos por el resto de los asistentes. No había micrófonos y altavoces en aquellos tiempos. Uno de los niños preguntaba y el otro respondía: - dime niño ¿cómo te llamas? – me llamo María……etc. Y seguíamos. Cuando finalizaba la ceremonia nos felicitaban y nos obsequiaban con huevos de gallina o de pata, que también los había. Esa noche dormíamos felices por haber superado el trance con éxito.
La confesión del huevo

También tenía lugar  durante la cuaresma. Los niños que no habíamos tomado la primera comunión, nos confesábamos colectivamente en la sacristía. Tomábamos asiento en las sillas colocadas alrededor de la estancia y con la inocencia de la edad, contábamos nuestras fechorías. Para asistir a esta ceremonia íbamos decorados con escapularios prendidos al pecho con imperdibles. Recuerdo que un año mi madre no tenía suficientes imperdibles para tantos chavales como éramos y fijó los escapularios de mi hermano Jesús con unas puntadas. Cuando acabó la confesión, con la prisa de irse a jugar, se deshizo de los escapularios con un tijeretazo dejando el jersey cual colador.
Trataré de exprimir mi memoria y compartirla  con vosotros. Os animo a participar.
Saludos afectuosos para todos, desde Rocafort, Valencia
       María Delgado Calvo
02-09-2010

Hola campillanos:
Ahora que ya estaréis de vuelta de las fiestas de nuestro pueblo y con conexión a internet, quiero reanudar el dialogo con vosotros como prometí. No sé si sabíais de la afición de mi padre, Mariano Delgado, por escribir poesías, es probable que sí, pero seguro que no las habéis leído. En varios cuadernos tenía los manuscritos que Javier ha pasado por ordenador y nos ha obsequiado a cada uno de los hermanos. Comprenden poemas fechados desde los años 1930 hasta su fallecimiento en 1995, con 90 años. Entre ellos hay varios que aluden a Campillo. No tengo criterio para juzgar su valor literario pero sí  el afectivo que seguro que compartís. Desde ese afecto voy a enviarlos en  varias entregas, son muy extensos, para que los disfrutéis.

¡¡Ahí va el primero!! Campillo cuando te veo…..
Campillo cuando te veo...

Cuando en pública actuación,
con fruición, Campillo, veo
tu mesura y discreción
arrancas a mi deseo.

Y si te veo afirmar
de tu fe las convicciones
sube en mi la pleamar
de las santas emociones
que convidan a rezar.

Tus costumbres inauditas
injertadas en la fe,
son tradiciones benditas
y a impulso de ellas palpitas,
ferviente, como se ve.

Creencias que nos dejaron
seres que nos precedieron
por ser santas, nos honraron.
Hijos que las continuaron
santos hijos también fueron.

Pueblo que en la Fe ha nacido
es ya pueblo afortunado;
más si en la Fe ha persistido
y el lo mantiene unido,
es feliz, noble y honrado.
patente está el resultado
de haber seguido las huellas
de la Fe, rico legado;
sois prócer pueblo envidiado
por ellas, sólo por ellas.

Duro luchar persistente
con vuestro campo os ampara;
pero sólo, solamente,
nobleza resplandeciente
la Región os depara.

La de la estampa señera
del labrador campillano
es nobleza verdadera:
una mano en la mancera,
el rosario en la otra mano.

Pues sois largos de memoria
os invito a recordar
de los vuestros vieja historia:
timbre de hidalguía y gloria
de vuestro amado lugar.

Calzón burdo, pierna fuerte,
tronco fornido, buen brazo,
alma recia y de tal suerte,
que vencieron a la muerte
cuando ella les dio el abrazo.

Resistentes y camperos,
espejo de gañanía,
ayunadores, austeros;
cuerpos y almas tan enteros
que eran modelo de hombría.
Surco arriba, surco abajo,
la vista hundida en el suelo
porque el pan cuesta...¡carajo!
y no lo regala el cielo
ni bendice su trabajo.

Al que espléndido no riega
son sudores la besana
en la costosa refriega,
y si por corta la siega
de pan se alarga la gana.

Serán muchos los desvelos,
amargas las desazones,
remorder los desconsuelos
y los duros, negros duelos,
más duros sin provisiones.
Pero encima del terruño
Está el Cielo soberano,
que a la tarea del puño
pone siempre el regio cuño
con omnipotente mano,
y mientras la frente suda
por combatir los abrojos
en tarea larga y ruda,
de culpa el alma desnuda
pone en el Cielo los ojos.

Sabe que es nulo el afán
que el hombre despliaga avaro
para conquistar el pan,
si a las tierras que lo dan
Dios no les presta el amparo,
con la lluviosa otoñada,
con un moderado invierno,
con primavera adecuada;
y hay granazón desgraciada
si al agua sigue el infierno,
de un sol cruel que calcina
la espiga prometedora,
generosa y peregrina,
dónde se alberga la harina
de la familia que adora.

Y no se hará barbechera,
ni una bina en condiciones,
ni acertada sementera,
ni ansiiada y rica panera
si hurta Dios sus bendiciones.

Todo lo sabe el labriego,
del grueso calzón ceñido,
reñido con el sosiego;
paciente y endurecido,
que suda en constante riego.

Su corazón encendido
en llama de santo amor,
es noble y agradecido
y a Dios tributa, rendido,
gracias por tanto favor.

¡Grandes vidas!, -relicario-
que son admirable ejemplo
de que, si el pecho es sagrario,
es buena reja el rosario
del campo en el ancho templo.

El terruño es un altar
donde el labriego cristiano
cuando labra sabe orar,
que es también saber labrar
con un poder sobrehumano:

hidalguía de la tierra,
prosapia del aldeano,
estirpe clara, que encierra
en la Fe empapado el grano.

¿Lo recordáis?. Es la historia
de vuestros predecesores,
la vuestra y más clara gloria,
la nota más meritoria
de vuestro pueblo, señores.

Por eso, cuando te veo,
Campillo, en tus emociones
y tu tradición oreo
calmar no puedo el deseo
de dar vuelo a mis canciones,

y cantar tu lucha noble
a diario en la besana,
recio y rudo como el roble
para obtener fruto doble
de pan y vida cristiana;

Pintar los amaneceres
sobre tus tierras bravías,
los mansos atardeceres
con sus bellos rosicleres,
los ardientes mediodías;

La emoción de la hileras
de gañanes a la arada
en las buenas sementeras,
altas las curvas manceras
sobre el yugo sustentadas;

sufrir contigo en esperas
de la cosecha, pendiente
de las lluvias venideras,
o sujeta a las arteras
tretas d nube inclemente,

o a las nieblas y oleadas
del tirano y crudo hielo
que aniquila las floradas...
o a las mil fuerzas airadas
que al agro le manda el cielo.

Y luego cuando ya llega
la tarea milenaria
de apremiante y ardua siega,
cantar la diaria brega
de cortante maquinaria

que, alineada en escuadrones
para el combate dispuesta
semeja los batallones
y de tu finca mejor,
yo he de ser codo con codo
contigo, y de todo a todo
otro honrado labrador.

La escuela...: campo y cultivo,
sementera, escarda, bina,
templo y hogar redivivo,
causa de gozo y motivo
de que haya también harina.

Soy también cultivador
y ¡ay de ti! Campillo sano,
si no fuera sembrador
y esparciera en mi labor
limpio y abundante grano.

En lucha con los terrones
de dura y áspera tierra,
he gustado desazones
que el oficio tuyo encierra.
También me arrancó la tierra
llanto sudor y emociones.
Y debo a Dios el favor
inmenso de haber comido
pan saturado de amor
y religioso fervor
que es pan de sabor subido.

Por eso en las santas labores
que en la escuela se me ofrecen,
pongo mis caros amores.
¡Soy cultivador, señores,
de frutos que no perecen!.

El campo me dio enseñanza
de tus hondas alegrías,
de tu gigante esperanza,
de tu firme confianza
y de tus melancolías.

El hogar volcó en mi seno
gérmenes de un amor sano
que en abonado terreno
me dieron el fruto bueno
de hacer camino cristiano

y con estos dos fervores,
Campillo, voy a labrar
al campo de mis amores:
la escuela, donde hay fulgores
de templo, Patria y altar.

No es tan buena la faena,
como muestra al parecer,
la mía en la tierra buena
de tus hijos; ni da pena
cuando se aprecia el crecer


en ellos , ya, la simiente
de tus rancias enseñanzas
con el arraigo ferviente
y el anhelo permanente
de las nobles esperanzas.

Es consecuencia palmaria
de haber el pan repartido
entre rumor de plegaria;
ciencia tuya milenaria
de educador entendido.
Y así, de este raro modo,
por ser en lo santo diestro,
eres tú, codo con codo,
conmigo, y de todo a todo
sabio y celoso maestro.

Pero tu finca mejor
la tienes aquí conmigo.
No la olvides, labrador,
ni albergues ningún temor
al confiarme este trigo.

Ve tranquilo a la besana,
carga bien la barbechera
de confianza cristiana,
y la tardía o temprana
o lluviosa sementera;

y si a la bina procedes;
cuando las lluvias ansías;
cuando en el luchar no cedes;
cuando a la siega concedes
los más ardorosos días;

cuando el pan está en las eras
en rubios montones de oro
apretados en hileras;
cuando ya está en las paneras
el codiciado tesoro;

cuando en fiestas populares
(esplendor de tu alquería)
tregua das a tus pesares
y muestras en tus cantares
tu interna y limpia alegría;

cuando en hondas emociones
de tu expansión religiosa,
vibran como diapasones,
acordes, los corazones
en salmodia fervorosa...

que yo en silencio te canto
y edificado te admiro
con ese respeto santo,
religioso, sacrosanto
que inspira un santo suspiro.
Ve tranquilo a la besan,
que el castillo interior
de mi conciencia cristiana,
siento una voz soberana
de deberes y de amor,

A tu vera decidido
sigo el surco que has trazado
a tu vivir escogido,
y si cayera rendido,
será en el deber sagrado

de acrecer la rica herencia
que te ha legado la historia
de tu cristiana ascendencia:
tu claro blasón, tu ciencia
Tu más limpia ejecutoria.

De tu vida en el sendero
voy contigo de la mano,
todo alegre, todo entero,
como amigo verdadero,
como maestro y cristiano,

y así los dos sembradores,
-maestros, ambos a dos-
daremos al pueblo flores
que aumenten sus esplendores
y sean gratas a Dios.

         ( Campillo, año 47)
María Delgado

In Memoriam….Auda
Auda nos ha dejado. Estamos tristes por ello, pero la tristeza se mitiga por el amor y los buenos recuerdos que nos ha dejado.
Viviste con nosotros, nos cuidaste y nos quisiste tanto como nuestra propia madre, formaste parte de nuestras vidas y nuestra familia. Te quisimos mucho, probablemente  menos, de lo que merecías y de lo que tú nos querías, como siempre nos decías.
¿Cómo olvidar las vivencias compartidas?
Aquellas trenzas que nos hacías tan perfectas, que no nos despeinábamos en todo el día. Las horquillas tan ajustadas. Los bigudíes de mi primera comunión, que llevé puestos tres días y tú mojabas periódicamente, para que en el feliz día, resultaran unos bonitos tirabuzones sobre mi lacio cabello.
Los baños sobre un balde de cinc, frotando nuestras  rodillas, sucias de andar todo el día jugando con la greda y rodando por “el royo”, y llenas de grietas por los hielos del crudo invierno.

Y cuando estábamos aseados nos dabas un beso, una palmadita al culo, y decías “valéis más pesetas que tío Nicanor” (para los campillanos que me leéis no es necesario aclarar esta frase).
Inolvidables también los días que nos invitabas a dormir en tu casa. Nos disputábamos por ir y pedíamos turno.  Aquella alcoba en la habitación de arriba con una cama de bolas doradas y alta y con un colchón de lana, todo limpísimo, en el que quedábamos totalmente hundidos. Tomábamos carrerilla para subir de un salto y aún nos tenías que empujar un poquito.
Un día Auda fue solicitada en matrimonio por un apuesto joven y nos lo comunicó con timidez. Y entró Feliciano a formar parte de nuestra familia. Su boda fue para nosotros todo un acontecimiento en el que nos sentíamos invitados principales. Comimos gallina en pepitoria maravillosamente elaborada por las mujeres de la familia, en casa de la tía Ángela y tío Modesto, padres de Feliciano. La boda duró 3 tres días, como era reglamentario. El tercero, los novios subieron al carro engalanado con ramajes, “enjorguinados”. Los músicos locales amenizaban la fiesta con sus guitarras, y cómo no podía faltar, los novios,  acabaron en el pilón. Se fue a vivir a Zaragoza. La echábamos en falta.
Después vinieron José Manuel y Miguel Ángel y con ellos Elisa y Anabel  y sus 4 nietos. Ha gozado del inmenso cariño de todos hasta el último día. No se puede desear mayor dicha.
Hablé por teléfono con ella por última vez el día 15 de mayo 2013, su cumpleaños, la noté lúcida y feliz.
Adiós,  Auda. Nos dejas una huella indeleble.
María Delgado
Rocafort , (Valencia) 25 de julio de 2013

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